viernes, 16 de diciembre de 2011

Polémicas tras el celuloide

     Cuando me hablan de cine clásico, tiendo a ver a los actores y actrices de la época en un pedestal. El hecho de protagonizar aquellas maravillosas películas y de interpretar tan condenadamente bien a unos personajes variopintos ya es merecedor de tenerlos ahi arriba. Y estas últimas semanas, con las sesiones de cine negro gratuíto en los dúplex y el peliculeo en casa con mi padre, me he dado cuenta de que me encantaría pasar unas vacaciones rodeada por hombres en gabardina, periodistas y detectives que se aferran a sus vasos de whiskey a ritmo de jazz y fox-trot en algun garito de mala muerte. Y ellas, enamoradas de estos asesinos sin escrúpulos, sentadas al lado de algún terrible hampón, con sus labios rojos y sus bucles imposibles.
     Pero con el paso del tiempo, alguno de esos mitos comete errores. Errores humanos que le hacen caer de un batacazo del pedestal. Y el más común, el más humano, es perderse hablando. En mi caso, el más claro es el de la señorita Bardot. Como actriz y cantante, Brigitte Bardot fue un icono en toda regla. Guapísima, con talento, con gracia... Esa parte de ella permanece en mi pedestal, cantando "C'est rigolo". Sin embargo, con el paso del tiempo, sus incesantes insultos a la comunidad musulmana, a los inmigrantes y a los desempleados, le han costado numerosas multas y la pérdida del respeto que yo le pudiera tener. De poco sirve que sea una activa defensora de los derechos animales si a la hora de la verdad no es capaz de respetar los propios derechos humanos. Y, siendo esta la situación, me parece totalmente lamentable que un partido político le proponga que se presente como su candidata a la presidencia francesa. ¿Tan patas arriba está el mundo como para que exista una mínima posibilidad de que una racista lidere el país de la "liberté, egalité et fraternité"?.
La actriz francesa Briggite Bardot
     Ava Gardner, Liz Taylor, Marlon Brando o la Garbo fueron dignos de habladurías por sus excesos, por los matrimonios tormentosos o por disfrutar de los placeres del alcohol y el sexo. Gajes del oficio que, en sus casos, se les perdona. Aun así, prefiero pensar en Audrey, que consagró gran parte de su vida a las personas. O en Marilyn y James Dean, quienes a pesar de su temprana muerte tuvieron una larga lista de abusos y sufrimientos que les hacían ver las cosas de otro modo. Nunca sabremos qué les habría deparado el futuro, tal vez fueran dueños de las lenguas más viperinas de Hollywood. Sin embargo, dada la situación, será complicado que caigan malheridos de mi ranking personal.

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