domingo, 11 de diciembre de 2011

Vecindarios

     Los vecinos, esa especie atroz que nos rodea. ¿Cuántas veces te has quejado de ellos? No mientas, todo el mundo lo ha hecho, y en más de una ocasión. Conoces sus horarios y su forma de caminar. Ejemplo: tap-tap-tap, el taconeo de la vecina de arriba, a las ocho de la mañana, te recuerda que va siendo hora de salir al mundo exterior. Sin embargo, tap-tap-tap-...-tatatatatap implica que se ha olvidado las llaves y tiene que volver corriendo. Todo un sistema de comunicación vecinal que va mas allá del lenguaje morse.
     Otros clásicos que estoy sufriendo ahora mismo son el niño de la flauta, conocido en cualquier piso del mundo, y los bebés. Y es que parece que los menores de edad se llevan la palma. Aunque hay que reconocer que los lloros nocturnos del bebé no son culpa suya. En ese caso, la culpa es total y absolutamente de los padres. Estoy convencida de que están probando algún método de libro de psicología educativa, escrito por un señor de traje y corbata sin hijos, que cree tener la solución a los misterios de la vida. Según éste método, lo mejor para que el nene aprenda a dejar de llorar por las noches es dejar que rompa el corazón a sus padres, sin que se acerquen a calmarlo. Y, de paso, que también destroce los tímpanos del vecindario. Esa es una solución que de psicológica no tiene nada, lo único que ocurre es que el niño finalmente se queda sin cuerdas vocales si o si, con una afonía digna de cualquier dia de San Roque. Vamos, caos y destrucción por todas partes.
     Cambiamos de franja de edad y observamos a los adorables jubilados del piso de al lado. Te los encuentras en el rellano, te hablan del tiempo en el ascensor y luego por la calle ni te reconocen. Una ventaja enorme para cuando te encuentran haciendo el idiota. Así nunca tendrán una imagen aun peor de ti. Agradeces su sordera hasta que, una noche cualquiera, escuchas el telediario retumbando en TU salón. Bueno, pasable. Hasta puedes enterarte del tiempo para mañana si prestas un poco de atención. Lo que no te esperas es oir de repente la banda sonora de Sexo en Nueva York... ¡y eso si que da más miedo que ver a una vecina embarazada en el ascensor!
     Por último, el clásico más temido por los anteriores. Tú, yo y todos los estudiantes que durante nueve meses al año nos dedicamos a dar el coñazo al resto. Se ríen con (y de) nosotros cuando coincidimos con el resto en el ascensor, cargados con maletas, libros y maquetas, mirando el reloj como si se acabara el mundo. Sin embargo, la música por las noches, las conversaciones y risas el domingo a las 3 de la madrugada, los gritos mañaneros del tipo ¡QUE ALGUIEN SUBA LA PRESIÓN DE LA CALDERA! o la preocupación de vernos encerrados en el cuarto de la lavadora, intentando salir con la ayuda de una escoba (algo que pasa, está demostrado), provocan más de una subida de tensión entre los compañeros de patio d luces.
     Estamos hartos de unos desconocidos, es cierto, pero ¿hasta que punto están ellos hartos de cada uno de nosotros? A mi, por mi parte, mis vecinos me caen bien a pesar de todo... aunque tal vez si tuviera que pagar el wi-fi mes a mes perderían bastantes puntos.

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