Nos damos cuenta de golpe, como si una ola nos arrastrara sin querer. No nos empuja con una fuerza descomunal, pero nos pilla de improviso y nos acerca a la orilla. La ola rompe y nos quedamos allí, sentados, varados, rodeados de la espuma, de los restos.
Y ya no es un "nos", ya es un "me".
Me quedo tirada, con la piel cubierta de sal y arena.
Los restos.
Todo por que las cosas que más nos afectan resultan no ser las más importantes, y llegan cuando menos te los esperas. Son pequeñas, pasan desapercibidas hasta que les da por juntarse a las muy jodías, hasta que se ponen de acuerdo entre ellas para hacerte tocar el fondo del mar.
-Eh, oye, soy una putadita, ¿qué te parece si escogemos ésta semana que pasa esto y esto y lo otro y salimos a flote, a ver si fastidiamos el dia a unos cuantos?
-Perfecto, espérate que llamo a un par de colegas que tambien querían salir de marcha y ya la liamos todos juntos
Primero te dejan en la orilla para que pienses en todo y te limitas a (des)esperar (te) a que el agua te recoja de la arena y la resaca te arrastre mar adentro, cuando ya es lo que queda, lo que nos queda, lo que me queda.
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